También como proyecto de final de curso los alumnos de 4ºESO del IES Calisto y Melibea de Santa Marta de Tormes (Salamanca) han realizado relatos literarios ambientados en los periodos históricos que hemos abordado en esta 3º Evaluación. Un trabajo multidisciplinar que combina la creación literaria y la iniciación al trabajo de investigación histórica pues los alumnos han tenido que investigar y documentarse sobre el periodo histórico en el que han ubicado su trama de ficción literaria.
A continuación os dejo con el excelente relato Agrio trance, dulce cautiverio realizado por Cristina Blanco González de 4ºB en el que nos narra de forma desgarradora la dramática situación de un prisionero en el campo de concentración de Auschwitz en Polonia.
En fechas posteriores iré añadiendo en esta entrada los enlaces de los varios relatos que han hechos el resto de alumnos, tened un poco de paciencia porque los trabajos merecen la pena y ponen de manifiesto la enorme creatividad que atesoran estos chavales/as.
AGRIO TRANCE, DULCE CAUTIVERIO
“Las luces se apagaron de repente. El
corazón empezó a arder, y sucedió cuando la justicia también dejó
de existir. Estaban claras las diferencias. ¿Pero eran reales?”
30 de julio de 1944.
“Si ahora mismo tuviera que resumir
la vida, sin duda la expresaría en un suspiro. Para mí, acababa de
finalizar. Ahora sería prisionero en el infierno del Füher. Sí,
puede que sea muy valiente al mencionar sin temblar apenas, al nuevo
Dios de Alemania. Acababa de reunirme con una muerte lenta, un
sufrimiento constante, una agonía creciente… (…)
Por los pobres que viven en condiciones
económicas nefastas. Por los presos, y por los exiliados que
rechazaron las ideologías políticas, huyendo y dejándolo todo. Y
por todos los que no tienen la sangre limpia… Deseo vorazmente que
ojalá el verdadero Dios pudiese juzgar a los que nos juzgan, y
liberar a los que no somos libres…
Ahora seré un esclavo de la suerte.
Cada segundo será un suspiro nuevo. No seré bienvenido entonces, a
Auschwitz II.”
15 de agosto de 1944.
“Jamás valoré tanto la música, la
escritura, el amor, la amistad… Hasta que mis ojos vivieron la
atrocidad de lo que sucedió durante toda mi condena. Las melodías
se convirtieron en gritos. Gritos de sufrimiento de niños pequeños,
y de “humanos” de gesto nulo. Gritos de una multitud de presos
que ahogaban su dolor en los aullidos que me perturbaron desde el
primer momento que pisé Auschwitz, al bajarme de aquel tren en el
que íbamos todos en pie dentro de un vagón, como si de mercancías
se tratase que fuéramos.
En este infierno desolador, de vallas
electrificadas y alambres de púas, suelo húmedo y un olor a muerte
procedente del humo de las chimeneas, donde cada día éramos más y
desaparecíamos otros tantos, no existía otro amor que el de Dios.
No podías tener amigos. No podías… incluso ser tu mismo. No había
lucha entre nosotros, tan solo éramos acompañantes en un viaje
directo hacia nuestro único destino común: la explotación. Tan
solo debías de pasar las pruebas y así poder convertirse en un
trabajador dentro de Auschwitz, y así tener más oportunidades.
Aunque eso supusiera tu propia destrucción. Te sentías tan solo,
que solamente tenías tu uniforme a rayas, tu tatuaje en la cara
interna del brazo, y el número por el que los alemanes te
identificaban. Pequeños símbolos que hicieron olvidar tu nombre,
oficio, felicidad.
¿Digo entonces que podré tener la
esperanza y la fe necesarias, para que mi corazón no deje de latir
durante este tormento?”
28 de agosto de 1944.
Mi nombre es Shmuel y tengo 35 años de
felicidad y un mes de martirio. Anteriormente vivía en la ciudad, y
adoraba hacer viajes por España, donde enriquecía mis saberes
comprando libros de literatura. Actualmente, resido en la cama número
veinte de la segunda planta de literas del campo de concentración de
Auschwitz, solo que ahora estoy temporalmente de vacaciones. El otro
día, mientras llevaba una pesada piedra y tenía que subir
aproximadamente unos cien escalones, acabé cayéndome debilitado. No
sé que era más cruel, si la ‘’Solución Final” o trabajar
hasta morirte tu mismo. Tan solo sé que por primera vez la compasión
surgió del cielo en forma de un halo de luz que se detuvo en mi
viejo amigo Josué, que trabajaba como sonderkommando. Tras esto,
durante dos días, me hallé inconsciente, hasta entonces. Cada vez
quedaban menos personas, y había días que podían llegar a
desaparecer hasta ocho mil dentro de Auschwitz. Cuando me sentía
optimista creía que habían logrado escapar, y cuando me sentía
debilitado pensaba que habían muerto atrozmente, o se habrían
suicidado con la ayuda de las vallas eléctricas.
Di gracias a Dios por haberme mantenido
con vida, pese a los delirios que ocuparon la mayor parte de mi
cabeza y mis ansias de escapar de un momento a otro. De alguna
manera, sobrevivir en este lugar se había convertido en un reto en
el que tan solo los más fuertes conseguíamos sobrevivir. Aun
recuerdo a Olga y a mi hijo Shmuel, semanas antes de que se reunieran
con Dios, en el cielo, espero. Haberlos perdido supone
definitivamente mi perdición.
Entonces, fue cuando me puse en pie.
Ansias de odio recorrieron cada centímetro cúbico de mi sangre, y
tan solo busqué venganza. Agarré fuertemente mi brazo roto con la
otra mano, y cogí un trozo de cristal que había en el suelo. Fue un
corte limpio, que ardía en magnitudes incontrolables, y tras esto,
gotas de sangre empezaron a descender por mis manos, inundándome por
completo de aquel color rojizo. Me había cortado las muñecas,
quizás preso de la locura, o esperanzado de que con mi sangre
pudiese aclamar a la fe y lograra escapar de allí. El camino que
siguió la sangre se asimiló por completo a una imagen de los libros
que leía sentado bajo un olmo en el mes de septiembre. Perdiendo la
mirada en la ventana, recité en voz alta aquellos versos de Jorge
Manrique, uno de los clásicos autores de la literatura:
-Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar a la mar,
Que es el morir (…)
Salí por la puerta de la enfermería,
gritando intensamente:
-¡Libertad! ¡Ven a por nosotros!
Señor, el consejero de mis plegarias… ¡Sálvenos de este castigo
impuesto por los que nos consideran diferentes, judíos… judíos!
Una inmensa multitud de gente me miró
con asombro. Lancé el trozo de cristal al suelo y me puse de
rodillas mirando al cielo, riéndome como un lunático. Unos brazos
tiraron de mi pijama, arrastrándome por la arena y dejando las
huellas de mis grandes zapatos. Perdí mi gorro de rayas por el
camino, y acabé en un lugar en el que estaban otros de los múltiples
compañeros. Estaban sentados en silencio, y me miraron mientras
continuaba con mi delirio en voz alta:
-¡Judíos! Tan solo somos judíos.
Seres humanos como vosotros, ¡bestias del infierno!- Y una voz en
alemán me respondió, pero no pude entender apenas nada. Acabé
tirado sobre el suelo húmedo, y perdí el conocimiento, ya que mi
vista se emborronó y mi mente se curvó hacia una oscuridad
temporal.
Un cubo de agua fría me despertó,
además de varios pisotones. La sala se estaba llenando de gente. Me
incorporé y miré fijamente todo lo que me rodeaba, perdiendo la
mirada en las luces blancas del techo.
Hablaba solo, murmurando con
una voz que tan solo yo podía oír, una especie de reflexión sobre
mi vida:
-Olga, Shmuel, lamento haberos dejado
solos aquella mañana de verano. Si hubiéramos huido… todo habría
sido más fácil. Si hubiéramos tenido esperanzas en haber dejado la
ciudad, tal vez seguiríamos vivos contando historias de aventuras.
Olga… has sido definitivamente la luz de mis días. Escribir
canciones y poemas para ti en compañía de mi guitarra vieja es la
única música que mis oídos recuerdan. Vivir amándote todo este
tiempo ha sido la mejor de todas las condenas posteriores. Shmuel, mi
pequeño Shmuel… Ojalá hubieras podido tener una vida mejor, pero
piénsalo… ¿Sabes que tal vez no tengamos lugar en este mundo? Me
duele y no sabéis cuanto haberme alejado de vosotros desde que
nuestras manos se separaron al bajarnos del vagón del tren. Todavía
sigo recordando aquellos domingos soleados en los que íbamos al
cine. Aún sigo recordando el olor de los claveles que le comprábamos
a mamá el día de su cumpleaños… Oh Shmuel, ¿lo recuerdas tú?
Pero justamente mientras me secaba mis
lágrimas al llorar, una voz fuerte me interrumpió. Gritó
fuertemente, y la gente comenzó a moverse después de notar el
chirrido de una puerta. No sé qué ocurría, tan solo me sentía
empujado por la muchedumbre. Dejándome llevar por ellos, y por sus
aullidos de exterminio, acabamos en una sala más oscura, llena de
bancos de madera. Proseguí con mi soliloquio mientras apretaba el
corte de mi muñeca:
-Estar aquí ha hecho que me vuelva
loco. He perdido desde mi nombre hasta mi cabeza, y no sé que más
me duele: si no saber quién soy, o no saber qué pienso. Vivir
habiendo perdido el juicio es un vacío tremebundo. Aunque ahora que
lo pienso… ¿No es peor no tener absolutamente nada? ¿El vacío en
tus manos? ¿Ante tus propios ojos? En verdad, no tengo salida. He
perdido todo. He perdido las ganas de comer, y sobre todo cuando de
vez en cuando nos dan algo que llevarnos a la boca, y he perdido las
ansias que me caracterizaron durante todos mis años de vida. Ahora,
me daba cuenta de lo que en verdad echaba de menos: echo de menos las
caricias, el agua limpia, mi sombrero negro, mis libros, la poesía,
la alegría que la música me ofreció durante todos estos años.
Venir a Auschwitz como preso, tener que soportar las condiciones a
las que estábamos sometidos: voces, torturas, palizas, asesinatos
sin control… La tremenda esclavitud a la que se nos reprimió… La
tortura de callar el silencio y por dentro gritarlo. La pesadilla de
ser judío y no ser aceptado en la sociedad por el mero hecho de ser
diferente.
Limpié el sudor de mi frente, y
ordenaron que me quitara la ropa:
-Tan solo es una ducha, ¡tranquilos
chicos!-Murmuró Bartolomé.
-Compañeros, quitaros la ropa. ¡Es
una ducha! –Añadió Jozef.
Les miré atónito negando con la
cabeza.
-Son ustedes unos ilusos.-murmuré
mirándoles fijamente.
-¿Qué? No, no sabe lo que dice. Una
ducha después de todo lo que ha pasado es un regalo de Dios.
-¿Un regalo de Dios? ¿En serio
piensas que esto es un regalo de Dios? Vamos a morir-Reí de nuevo
como un perturbado, y se hizo el silencio en la sala. Proseguí con
mi intervención.- Parece mentira que no oigáis lo que se dice del
verdadero significado que tiene la ducha. Sois unos ilusos, unos
engañados. Tal vez sea verdad eso de que somos diferentes a los
alemanes. Ustedes son unos ilusos, y ellos son inteligentes porque
consiguen engañar hasta al más crédulo con tal de obligarle a
hacer algo en contra de su voluntad. ¿Y es un regalo de Dios el ser
un ingenuo?-
Todo el mundo comenzó a gritar al oír
mi confesión sobre lo que ocurriría en cuanto entrásemos en la
sala del fondo, con una puerta negra, pequeña y ancha. En ese
instante todo el mundo comprendió por qué aquel olor a muerte
provenía de aquellas chimeneas. Era el olor del homicidio que en
gran número, ellos nos practicarían, para que dejásemos de
molestar. Era lo que ocurría todos los días y en gran cantidad.
Eran asesinatos crueles, y aquel olor era signo de su salvajismo.
Todo el mundo golpeó las puertas para poder escapar, pero no era
posible. Proseguí con mi reflexión:
-Dios, ¿estás ahí arriba? Si es así,
condúceme a donde se hallan Olga y Shmuel. Necesitaré ver sus
sonrisas cuando acuda a tu llamada. Al fin y al cabo son mis seres
queridos, a los que más anhelo. No tengo ninguna esperanza en que
vayamos a conseguir escapar de este laberinto sin salida. Me duele la
cabeza, y el corazón va a estallarme. No sabría si rendirme y dejar
de atormentar a la gente, o afrontar con solemnidad mi triste final.
Aunque… ¿Mi cabeza? Como mi música, bien alta.-Abracé a
Bartolomé, aceptando mi nuevo destino.
Una orden nueva resonó y la gente
comenzó a entrar. Estaba todo lleno, nos empujaban y nos empotraban
unos contra otros, mientras nos trataban como basura, o quizá como
cosas peores. Murmuré, entonces:
-¡Somos diferentes a ellos! ¡Ellos
son los crueles que nos matarán a todos sin control! Ellos son los
salvajes que pagarán sus actos en una dura represión mientras
nosotros seremos premiados en el cielo de nuestro Señor!. Tenían
razón cuando dijeron que éramos diferentes. Ellos reflejan el
dolor. Nosotros reflejamos la compasión. ¿Alguien se compadecerá
de nosotros?
-¡Sí! ¡Dios! –contestó alguien.
-¡Pagarán por lo que han hecho!
-Señor, has sido llamado. Líbranos
del mal…-Me arrodillé, suplicando, cuerpo con cuerpo y con mucha
fe. Ahora más que nunca, estaba clamando a Dios.
Las luces se apagaron y todo el mundo
gritó de terror. Seguía murmurando, esta vez en voz clara:
-Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando…
Me
empujaron y caí al suelo, y encima de mí se precipitaron más
personas, que se levantaron enseguida. Proseguí recitando… hasta
que me quedase sin voz:
-Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor…
Aceptando entonces la dura realidad, grité a los cuatro vientos:
-¡Fue mejor! Cualquier tiempo pasado fue mejor, ¡cualquier tiempo futuro será aún mejor…!
La gente gritó, y esta vez sí era dolor. Me tapé la nariz y contuve la respiración, mientras veía como comenzaban a desintegrarse mis compañeros. Se ponían de rodillas, apagándose lentamente… Y yo seguía conteniendo la respiración. Ahora estaría claro: agrio trance, dulce cautiverio.
…
“Acabó precipitándose sobre el suelo, gritando como los demás hombres… Fue algo breve. No duró más de veinticinco minutos... Y todo había acabado… (…)”
“De cómo la maldad y la crueldad,
pueden dar fruto a la destrucción sin control de la especie humana,
dando lugar a un mundo donde los supuestos diferentes acaban
desapareciendo e incluso tú mismo puedes llegar a quedarte sin
aliento…”
Cristina Blanco
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